El papel de los servicios de salud reproductiva
en la consolidación |
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El papel de los servicios de salud reproductiva en la consolidación Dr. Carlos Güida 2 EL PAPEL DE LOS SERVICIOS DE SALUD REPRODUCTIVA
Previamente
a realizar el abordaje específico de nuestra ponencia, deseo compartir unas
breves reflexiones en torno a la temática que nos convoca.
En
primer término, afirmar que el estudio de las masculinidades no puede
desvincularse de la categoría de análisis género. En realidad, la
problematización de las masculinidades ha sido -y continuará siendo- producto
del trabajo acumulado desde y por los Estudios de Género, originados con
anterioridad -en la mayoría de los casos- a los denominados Men’s
Studies.
Por
otra parte, el estudio de las masculinidades ha contribuido a confirmar que la
verdadera dimensión del género constituye una categoría de análisis
relacional, de modo tal que la misma pueda contribuir a superar una visión del
género asociada al estudio de la condición de la mujer.
En
este sentido, creemos necesario superar una mirada meramente descriptiva de la
vida de los varones y sus particularidades -lo que Connell ha denominado el
"momento etnográfico" del estudio de las masculinidades3-,
transitando hacia una visión problematizadora de las mismas.
Más
allá de las nuevas y cambiantes modalidades en las actitudes y prácticas
sexuales y reproductivas -la condena unánime a las manifestaciones grotescas
del machismo, el ejercicio de una paternidad más comprometida en determinados
sectores, el ensayo de nuevas modalidades de comunicación en la pareja, la
validación del goce sexual de la mujer-, los varones continúan ejerciendo el
dominio sobre las mujeres -de forma más o menos explícita- en prácticamente
todos los planos y en los diversos ámbitos de la convivencia humana. Y esta
dimensión política es la que no debería perderse a la hora de abordar el
estudio de las masculinidades e intervenir socio-educativamente con varones.
El
dominio, fundamentalmente en los estratos socioeconómicos medios y en los
sectores con un mayor nivel de instrucción, se ha vuelto más sutil, poco
aprehensible. Y esto es algo a tener presente, pues cada vez es más frecuente
escuchar entre educadores/as y estudiantes universitarios -varones y mujeres-
que las diferencias de género pertenecen al pasado. La sutileza del dominio
quizás sea uno de los obstáculos más difícil de desmontar, al menos en
nuestras sociedades.
Y
este dominio sobre los cuerpos, sobre los procesos reproductivos, nos lleva a
reflexionar sobre una máxima que acuñamos a principios de los 90, a los
efectos de describir sucintamente el terreno en el que actualmente nos movemos:
los nuevos varones tendrán la capacidad de llorar y continuar dominando.
Rupturas y continuidades conviviendo en cada sujeto.
En
todo caso, asistimos a lo que Gomensoro caracterizó como el reciclaje
masculino: "los varones no renacen a una nueva condición existencial,
como lo han hecho las mujeres; se limitan a reciclarse, que es la mejor manera
de cambiar algo, para que todo quede prácticamente tal como está”.4
La
salud reproductiva, campo de análisis de las ausencias masculinas
No
es nada novedoso, para quienes trabajamos en el campo de la salud sexual y
reproductiva, observar el papel que la cultura les asigna a los varones en los
procesos reproductivos: la construcción social de las ausencias masculinas
resulta evidente.
Los
servicios de salud, y los de salud reproductiva en particular, son un lugar
privilegiado para analizar las relaciones de género, específicamente en lo que
refiere a la consolidación de masculinidades hegemónicas.
En
las últimas décadas, el interés en investigar con mayor profundidad acerca de
las resistencias de los varones a participar de los servicios de salud
reproductiva, fundamentalmente en el campo de la anticoncepción, ha sido
motivado por el fracaso tanto de algunos programas dirigidos a las mujeres, así
como por las dificultades de implementar servicios dirigidos a varones.
Desde
allí, y desde los documentos que emanan de diversas conferencias organizadas
por las Naciones Unidas -CIPD, El Cairo, 1994; IV Conferencia de la Mujer
Beijing, 1995-, los varones aparecen como un posible agente potenciador
de la salud reproductiva de las mujeres, en la medida en que se puedan tornar responsables
en el vasto campo de la salud sexual y reproductiva.
Margareth
Arilha analiza precisamente el enfoque que implica este llamado a la
responsabilidad masculina: “Según el texto de Cairo, en el campo de la
reproducción ser joven y ser hombre prácticamente equivale a ser irresponsable,
en una perspectiva casi esencialista; mientras que las mujeres, en el
mismo texto, reciben una valoración positiva, consideradas como sobrecargadas
de tareas en su vida reproductiva. De forma no explícita, el texto del Programa
de Acción de Cairo utiliza el concepto de papeles sexuales, optando por la
bipolarización entre los sexos, operando con una visión empobrecida de las
masculinidades; utiliza, a lo sumo, las ideas concernientes a lo que podría
considerarse la masculinidad hegemónica y una visión cristalizada sobre la
juventud. Eso crea un terreno resbaladizo: en vez de promover cambios,
contribuye a sedimentar el estereotipo de que los hombres y los jóvenes de
ambos sexos son irresponsables, debiendo ser capturados por políticas
especiales y educados para que se tornen responsables”.5
Creemos
necesario problematizar el llamado a la responsabilidad masculina, el
cual se viene planteando como si dependiese de un simple cambio volitivo. El
nuevo "deber ser" de los varones implicaría, más que un mero cambio
actitudinal, una compleja deconstrucción de los modelos educativos y
socializantes que genera formas de sentir, pensar, interpretar, amar, enfermar y
morir en los varones.
El
llamado a la responsabilidad masculina cae en saco roto ante las prácticas
consolidantes de las masculinidades y feminidades hegemónicas, que parten desde
los servicios de salud, del sistema educativo, de prácticamente todas las
instituciones. J. G. Figueroa Perea y Lorena Rojas6 nos aportan:
"El
conocimiento y la práctica médica le han dado poca presencia al varón en el
ámbito de la reproducción, en buena medida porque su lectura privilegia el
tratamiento de la enfermedad más que la salud, en este caso la relacionada con
la reproducción. Por lo mismo, han concentrado su interpretación y sus
intervenciones en los factores de riesgo para incrementar la sobrevivencia
infantil, así como para disminuir la morbilidad y la mortalidad de la madre;
por ende, los fenómenos de interés son los que se vinculan con el binomio que
se asume que interactúa fisiológica y socialmente durante el proceso del
embarazo y del parto, es decir, la madre y el hijo. Se puede hipotetizar que un
panorama muy distinto se derivaría de interpretar la función de la medicina
como promotora de la salud de las personas ya que otros condicionantes y actores
sociales deberían incursionar en el espacio de la reproducción: uno de ellos
pareciera serlo el caso de los varones".
A
modo de ejemplo, podemos ver el significado que adquiere el Hospital de la
Mujer, en cuanto espacio donde se abordan exclusivamente los procesos que hacen
al sistema reproductor; el lugar de la mujer es definido en cuanto madre, pues
los restantes problemas de salud de las mujeres (no ginecotocológicos) son
tratados en los diferentes hospitales.
Recordamos
una anécdota que relata Michael Kimmel7 cuando participó en un
seminario sobre feminismo: "...en una de las reuniones, dos mujeres, una
blanca y una negra, discutían si todas las mujeres eran ‘hermanas’ por
definición, ya que todas tenían básicamente las mismas experiencias y, además,
porque todas las mujeres eran sometidas al mismo poder por parte de los hombres.
La mujer blanca afirmó que el hecho de que las dos fueran mujeres constituía
un vínculo, a pesar de las diferencias raciales. La mujer negra estaba en
desacuerdo. ‘Cuando despiertas en la mañana y te miras al espejo, ¿qué
ves?’ le preguntó. ‘Veo una mujer’, respondió la mujer blanca. ‘Ése
es precisamente el problema’, le contestó la mujer negra. ‘Yo veo una mujer
negra. Para mí la raza es una cuestión que veo a diario, porque la raza es lo
que determina que yo carezca de privilegios en nuestra cultura. La raza es
invisible para ti porque representa el privilegio del que tú gozas. Ése es el
motivo por el cual siempre existirán diferencias en nuestras
experiencias". Kimmel reflexiona, en la frase siguiente, que ese día se
convirtió realmente en un hombre blanco de clase media.
Nominar
al Hospital de la Mujer es identificar mujer con madre. En cierta medida se da
este doble movimiento: un espacio propio, un reconocimiento, una asignación,
ser nominada. Consolidante de lo que es misión y destino: particularidad,
cuerpo para ser dominado, al servicio de la reproducción y el maternaje.
La
construcción de un "no lugar": la ausencia del varón
"usuario" en los servicios de salud
En
una breve recorrida por los servicios de atención en salud reproductiva,
podremos observar el papel que juegan en la exclusión sistemática de los
varones.
En
el área de la anticoncepción, la enorme mayoría de las consultas es efectuada
por mujeres. En el mejor de los casos, el número de consultas de varones en
orientación y asistencia anticonceptiva es menor al uno por ciento del total de
consultas efectuadas.8
En
cierta medida, la ausencia de espacios específicos para la consulta de los
varones en anticoncepción constituye un claro mensaje: el cuidado en torno a la
regulación de la fecundidad es un tema de mujeres.
Ello
se ensambla con la escasa oferta de métodos confiables para varones: los
preservativos y la vasectomía. La accesibilidad a la vasectomía es prácticamente
nula para los varones de sectores populares, mucho más que lo que implica la
ligadura tubaria en las mujeres. A pesar de su escaso riesgo y costo, la
posibilidad de acceder a la vasectomía ni siquiera se encuentra problematizada
entre los responsables de programas y servicios.
Pensar
en la posibilidad de consulta masculina en el campo de la salud reproductiva
implicaría un verdadero desafío a la hora de diseñar e implementar dichos
espacios; desafío que requeriría mucho más un cambio actitudinal y de
capacitación en los equipos de salud, más que económico-tecnológico.
Los
varones se cuestionan cuál es su lugar, ante el planteo de concurrir al Centro
de Salud Materno-Infantil. Espacio destinado a mujeres, a mujeres en condición
de ejercicio de su maternidad. Sala de espera, acondicionamiento, capacidad técnica
de los equipos, sistemas de registro: todo atenta contra la posibilidad de un
espacio acogedor, habilitante de la consulta masculina.
En
la consulta obstétrica, en los servicios del subsector privado, los
varones de sectores medios y altos acompañan a sus parejas al control de
embarazo y esto se va transformando paulatinamente en un fenómeno frecuente.
Hemos observado clínicas ginecotocológicas privadas donde la excepción en la
sala de espera la constituye aquella mujer sin compañía masculina.
En
cambio, en el subsector público, sólo unos pocos varones llegan junto a las
embarazadas, y difícilmente traspasen la puerta del consultorio. En los
testimonios de mujeres que habitan en asentamientos precarios de la periferia
montevideana se refleja dicha realidad:
"Nosotras
los entusiasmamos para que nos acompañen, en un momento comienzan a
interesarse. Pero, en la policlínica se quedan afuera, sentados, esperando que
salgamos de la consulta. El ginecólogo no los invita a pasar, nosotras no nos
animamos a preguntarle si lo deja".
En
el Diagnóstico de los Servicios de Salud Reproductiva9 exploramos
algunos de estos aspectos. En el personal de salud femenino (excluyendo ginecólogas)
que se desempeña en los Centros de Salud de Montevideo, la mayoría relata que
los varones no acompañan a sus parejas a la consulta gineco-obstétrica por
varios factores. En primer término, debido a la "falta de interés"
de sus compañeros, luego, por la "falta de tiempo" y, por último, la
"falta de estímulo del servicio para incorporarlos".
Si
bien no es una reflexión compartida por la mayoría de las profesionales,
algunas integrantes de los equipos pueden reconocer el papel activo de los
servicios en la exclusión masculina.
Por
otra parte el rol del varón-pareja de la usuaria ante la responsabilidad
procreativa es definido por las profesionales encuestadas como un ausente
permanente en el hogar (hogares monoparentales) y desinteresado por regular la
fecundidad junto a su compañera.
Para
los sectores medios y altos aparece cada vez más explícita y evidente la
reivindicación por la participación paterna en el parto. Desde hace algunos años
asistimos a la difusión desde las revistas argentinas de actualidad a un rol
protagónico, en lo declarativo: "quiero cortar el cordón umbilical de mi
hijo", "cambiaré sus pañales" y frases por el estilo de actores
varones. En los hechos, en nuestro medio la tendencia a participar del parto va
en aumento en el subsector privado, a pesar de oscilaciones periódicas y de
decisiones imprevistas y arbitrarias que por un lapso pueden dejar a los varones
en la sala de espera.
Desde
los sectores populares hemos percibido la motivación de algunas mujeres de
encontrarse acompañadas por sus parejas durante el trabajo de parto así como
del parto propiamente dicho. Las ilusiones se truncan rápidamente por las
directivas institucionales, fundamentalmente en el subsector público.
Las
excusas presentes en los equipos de dirección y en los profesionales que
asisten el parto oscilan desde la incapacidad de contar con equipos en número
suficiente para participar en sala de partos, hasta la indiscreción de los
varones de observar a otras mujeres "expuestas" en la sala de
preparto.
A
partir de algunas entrevistas que hemos realizado a profesionales de los
servicios de maternidad del sector público, las trabas se encuentran en el
orden de lo "ideológico" y en el "ejercicio del poder" por
parte de los equipos de salud, sobre los sectores más vulnerables económicamente.
Es
interesante poder observar aquí cómo opera la prohibición de la participación
masculina, sin estar documentada, sin ser norma. Por el contrario, en una
consulta a un técnico de la dirección de un servicio obstétrico, se nos
informa que "de ninguna manera está prohibida la entrada de los varones a
la sala de partos; éste es un Hospital Amigo del Niño". Al confrontar al
administrador con la realidad (prácticamente ningún padre es autorizado a
ingresar a sala), se nos alega desde las dificultades vinculadas a la escasez de
equipos.
Si
bien algunas iniciativas han surgido al respecto de que la mujer se encuentre
acompañada durante el trabajo de parto (informe CLAP/OPS, anteproyecto en la Cámara
de Diputados10), como derecho y como claro beneficio tanto para la
madre como para el bebé, el varón aún no aparece como un posible actor en
esta escena. Un derecho reproductivo de los varones, desde una mirada de género,
que no puede visualizarse y que consolida, desde esta exclusión, el lugar de
cada quien en los procesos reproductivos.
Las
resistencias por parte de profesionales (ginecotocólogos, nurses, enfermeras),
mujeres y varones, parecen tener aún un peso preponderante, justamente
autorizando o no en el momento muy próximo al parto.
Son
pocos los varones que llevan a consulta a sus hijos e hijas a los servicios de
salud. Cuando lo hacen, la mirada complaciente hacia "el buen padre, pobre
padre..." resulta acompañada muchas veces, desde los equipos, mujeres y
varones, por la sospecha y condena previa de la figura central: ¿dónde está
la madre de este niño?
Los
varones, en todo caso, pueden acompañar a la madre con su bebé, hasta allí su
presencia. En cierta medida, desde allí está definida la articulación entre
su masculinidad y el ejercicio de la paternidad.
Atención
primaria de la salud: género y disciplinamientos
Sumergidos
en francas contradicciones entre discursos y prácticas, el paradigma del cambio
en salud continúa centrado en la Estrategia de Atención Primaria en Salud.
Si
bien la Conferencia de Alma Ata constituyó un hito, en lo que refiere a la
incorporación de nuevas dimensiones para lograr niveles crecientes de salud en
la población, y a partir de la misma se han producido cambios sustanciales en
muchos aspectos de la realidad sanitaria, en numerosos servicios se ha
incorporado parcialmente algunas de las recomendaciones que conducirían hacia
la "Salud para Todos en el año 2000". En balances posteriores se ha
llegado a la conclusión de que estamos actualmente más lejos de lo que
promulga la consigna que en 1978. A ello debemos sumarle que los aspectos
relacionados con la participación comunitaria han sido distorsionados en sus
conceptos originales. Sin pretender ahondar en aspectos específicos de la APS,
queremos destacar que, en los servicios del primer y segundo nivel de atención,
los más propicios para la interacción y la participación de las comunidades
con los servicios son, paradójicamente, espacios donde la cultura médica es la
que domina. El saber técnico sobre el saber popular.
La
medicalización de la vida conlleva una visión sobre las relaciones de género.
Y en los sectores populares, los servicios de salud tienden a consolidar las
inequidades de clase y de género, más allá de los esfuerzos por alcanzar la
salud reproductiva, la salud materno-infantil, etc.
Este
complejo entramado de símbolos, de significados y significantes pondrá
"las cosas en su lugar". Las buenas y las malas madres, los tiempos en
las salas de espera, el cuerpo de las mujeres de los sectores populares como
lugar de aprendizaje para estudiantes.
Hemos
observado cómo en las declaraciones de Conferencias Internacionales sobre Salud
(Alma Ata, 1978; Ottawa, 1986; Riga 1988, entre otras) no existe una mirada
integradora de la perspectiva de género. A lo sumo, instrumentalización de las
mujeres, una suerte de ampliación de su maternaje hacia la comunidad.
La
observación de cientos de escenas en múltiples escenarios en torno a los
servicios de salud reproductiva y materno-infantil del subsector público11
nos permiten realizar algunas consideraciones en lo que concierne a las prácticas
de género y la consolidación de masculinidades hegemónicas y subordinadas.
Tal
como lo plantea Connell,12 una misma institución puede contribuir a
la consolidación de diversas masculinidades. Las instituciones modelan las
masculinidades. Le devuelven al varón lo que está validado y permitido desde
un lugar con alto significado en lo social: la salud.
Lo
que hace a la cercanía o la distancia para participar en el nacer de su hijo/a,
al (des)preocuparse de la capacidad de procrear, de participar del crecimiento
del hijo/a en el cuerpo de su pareja, será dicho a través de las prácticas
institucionales excluyentes de los varones.
La
hegemonía del ginecólogo: poder masculino, poder médico
La
figura del ginecólogo se constituye en el paradigma de la masculinidad
hegemónica, doblemente investido desde su papel de médico y varón, con todos
los significados que ello implica ante sus pares, el personal de salud
subordinado, las pacientes y los compañeros de las pacientes.
En
conversaciones con varias ginecólogas que ejercen su profesión en
departamentos del Interior (1996-99), concluimos que no es lo mismo ser varón
ginecólogo que mujer "ginecólogo". Los varones, en algunos lugares
específicos adjudican a sus compañeras un lugar secundario en el mercado
laboral, actuando, tal como lo define Vicent Marques,13 como
"colectivo masculino": "Acá estás para sostener hilos",
refiriéndose a la tarea de ayudar y no de protagonizar la cirugía ginecológica.
"Somos una suerte de partera de lujo".
Por
otra parte, las ginecólogas afirman que sus pacientes las llaman por su nombre
de pila, mientras que a sus colegas los denominan por su apellido, anteponiendo
el "doctor".
La
otra figura masculina es justamente el varón de los sectores populares, pareja
de la mujer consultante en algún aspecto de la salud reproductiva (anticoncepción,
control del embarazo, parto, puerperio). Con una incidencia hegemónica en los
procesos reproductivos de las mujeres, estos varones inciden pero sin aparecer
en escena, es decir en los servicios.
Ginecólogos
y varones de sectores populares prácticamente no se conocen durante el proceso
reproductivo. Masculinidades creadas y reforzadas desde diversos lugares. Por un
lado, la masculinidad hegemónica del ginecólogo: el lugar del saber técnico,
del poder de curar, de manipular el cuerpo de la mujer. Por otro, la
masculinidad del varón obrero o desocupado, que recrea los mecanismos de
dominación en el hogar.
"Le
conseguimos hora con una ginecóloga, para que se coloque el DIU sin que se
entere el marido, porque la mata. Le prohibió cuidarse", afirmaba una
promotora de salud de una zona de extrema pobreza.
Ambos
ejercen, desde sus respectivos espacios, el control sobre los procesos
reproductivos en las mujeres. El disciplinamiento de las prácticas
reproductivas y en el ejercicio de la sexualidad de las mujeres tendrá entonces
dos protagonistas en su dominio: uno visible en lo público, el otro en lo
privado.
Los
profesionales de la salud definirán la ausencia paterna debido a la esencia de
la masculinidad, subsanable al apelar al mensaje normativo, haciendo un llamado
a la responsabilidad.
Es
necesario poder analizar los discursos de los profesionales de la salud acerca
de la maternidad y la paternidad de los sectores populares.
Asimismo,
poco se ha profundizado en lo referente a las relaciones entre mujeres como
consolidantes de la tarea materna (y paterna) desde los servicios de salud. El
clásico llamado de pediatras, ginecólogas, nutricionistas, enfermeras:
"pase, madre", aparece como una forma de ubicarse cada una en su rol,
creando la distancia que impedirá un acercamiento a las necesidades y
posibilidades de unas y otras.
El
Modelo Médico Dominante, tan bien descripto por Menéndez,14 opera
como "anillo al dedo" para consolidar las relaciones de poder y de
obediencia en los sectores populares: son "las malas madres" "la
adolescente embarazada", las que serán retadas a la vez que continentadas
por los servicios de salud públicos. Esperar varias horas para ser atendidas en
un servicio de salud público, hace tanto a la ineficiencia como a una clara
demostración de quién puede esperar: la mujer de los sectores populares.
Consultados algunos varones acerca de su escasa concurrencia a los servicios,
relatan que no pueden "perder tiempo". El tiempo disponible es de la
mujer, de los sectores populares: mujer-paciente, mujer-paciencia.
Algunas
propuestas en contextos resistentes
Generar
cambios para la incorporación plena de los varones en cuanto sujetos en los
procesos reproductivos, superando la lógica del espectador o el acompañante,
implica un largo camino, en diversas dimensiones del pensar y del hacer.
Desde
el sector salud, el abordaje debería producirse desde varios planos:
1.
En la
generación de instrumentos de investigación (indicadores, etc.) que permitan
dar cuenta del género como una categoría relacional, superando la brecha entre
los marcos teóricos problematizadores y el enfoque metodológico de
investigaciones y relevamientos centrados exclusivamente en la condición de la
mujer.
En
lo que refiere a la ausencia de los varones invisibilizada en investigaciones
que pretendidamente trabajan con indicadores de género, en una revisión de
algunos de los documentos utilizados a nivel latinoamericano y nacional para
evaluar programas y servicios de salud reproductiva, nos encontramos nuevamente
con el mismo muro: los indicadores creados con perspectiva de género se limitan
a colocar al varón en cuanto acompañante de la mujer, colaborador en el mejor
de los casos. En muchos de dichos estudios se limita el enfoque de género a la
condición de la mujer. Esto encierra errores conceptuales y metodológicos en
lo que concierne a la categoría mencionada.
Desde
un lugar privilegiado para visibilizar avances, se consolida nuevamente la
ausencia masculina en los procesos reproductivos.
2.
En la
problematización de los paradigmas de atención en salud que excluyen el
enfoque de género.
La
formación de los profesionales de la salud, fundamentalmente los médicos, en
su capacitación de grado y posgrado, aún continúa centrada en replicar los
modelos hegemónicos de masculinidad y feminidad, y en sostener prácticas
profesionales diferenciadas con los sectores populares, que es casi
exclusivamente con quienes se "aprende".
3.
En la formación
y problematización de las tareas que desempeñan los equipos de salud en lo que
concierne a la maternidad y paternidad, así como en el necesario abordaje de la
sexualidad en los servicios de salud.
Para
quienes ya están formados y ejercen cotidianamente su rol en los servicios, sería
imprescindible contar con espacios de formación y problematización, en los
cuales se pudieran revisar las prácticas cotidianas que consolidan a varones y
mujeres en sus prácticas reproductivas.
4.
En generar
nuevos enfoques de atención, integradores e incluyentes de los varones y su
salud sexual y reproductiva.
Quizás
esto sea producto de un trabajo paralelo al abordaje de los puntos anteriores y,
sin dudas, uno de los mayores desafíos. Introducir cambios en las prácticas
reproductivas masculinas constituye, en definitiva, poner en cuestión diversas
inequidades. Inequidades que consolidan diferencias socioeconómicas y de género,
invisibles tanto para quienes ejercen su profesión en el área de la salud como
para quienes concurren a la consulta.
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