MASCULINIDAD Y DESARROLLO  ENTRE LOS INDÍGENAS RARÁMURIS  (TARAHUMARAS)

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MASCULINIDAD Y DESARROLLO  ENTRE LOS INDÍGENAS RARÁMURIS  (TARAHUMARAS)

Por Juan Carlos Pérez Castro Vázquez

Desde épocas inmemoriales los y las Rarámuris han poblado la región conocida como la Sierra Tarahumara, porción de la Sierra Madre Occidental que se encuentra en el suroeste del estado de Chihuahua, en el norte de México. En esta región boscosa, de una extensión mayor a los 60,000 kms2, habitan cuatro grupos étnicos diferentes: Pimas, Warojios, Odames (Tepehuanes) y Rarámuris (Tarahumaras), siendo éste último el más numeroso, con aproximadamente 65 mil personas.

Según los antropólogos, los Rarámuri vivían distribuidos en forma dispersa en la zona, con patrones de establecimiento propios, en los cuales no habitaban como pueblos, sino en pequeños clanes seminómadas en donde la máxima autoridad la tenía el o la más anciana.

Los indígenas Rarámuri han tenido dos momentos históricos en los que, a mi juicio, la concepción de la masculinidad se ha modificado.

El primero: se da a la llegada de los misioneros jesuitas en el siglo XVII, cuando al recibir la evangelización por imposición pierden la forma tradicional de organizarse, ya que si bien no aceptan vivir todos juntos en un pueblo, sí adoptan la estructura de gobierno cuyo ejercicio de poder se da en torno al templo al cual asisten y a través de una sola persona. De esta forma la Iglesia Católica reprodujo su estructura jerárquica hacia el interior de las comunidades, lo que excluyó a las mujeres, sobre todo a las ancianas que anteriormente podían tener la autoridad, no sólo de la toma de decisiones, si no también de una participación más efectiva en las celebraciones religiosas y en la vida comunitaria en general. Asimismo, la concepción de la masculinidad se ve modificada cuando los hombres indígenas asimilan el propio concepto que manejaban los sacerdotes, dada la carga contenida en el curriculum explícito e implícito evangelizador en el que, al estilo de la época, las mujeres eran en muchas ocasiones "la

causa del pecado", los hombres eran los elegidos y el medio ambiente, según el Génesis, era un don concedido al hombre para su dominación.

El segundo momento histórico en donde la concepción de la masculinidad se ve alterado fue cuando se instaló la figura jurídica del Ejido para la tenencia de la tierra, dentro de la territorialidad indígena, situación que no se llevó a cabo como resultado de la revolución mexicana al igual que en todo el país, sino cuando los recursos forestales empezaron a ser explotados. Esta nueva imposición terminó por modificar los roles y estereotipos de la población indígena, ya que las mujeres terminan por ser excluidas del proceso de toma de decisiones, o sea de la asamblea ejidal, y los hombres asimilan las actitudes y valores promovidos por los mestizos que trabajaban en la Secretaría de la Reforma Agraria.

Aunada a esta historia, se da la aculturación de las y los indígenas por la cultura dominante, en la cual terminan por asimilar los roles genéricos femeninos y masculinos, como por ejemplo el cambio del vestido tradicional por parte de los hombres, dejando de usar la zapeta, huarache y collera, para utilizar el pantalón, las botas y el sombrero, demostrando la misma actitud que los mestizos cuando lo portan. En el caso de las mujeres, aunque no dejan de vestirse como indígenas ya no andan con los pechos descubiertos por la actitud de la Iglesia Católica respecto a la sexualidad.

Este proceso histórico ha contribuido a la construcción de los actuales roles, estereotipos y valores masculinos, como lo son: el ser el más fuerte, el más inteligente, el que todo lo puede, el grande, el poseedor de la verdad, el que sí vale, el que tiene libertad para decidir y andar por donde quiera, el que pone a los y las hijas dentro del útero de la madre, el que puede hablar en voz fuerte, así como golpear y defender su propiedad, incluidas su mujer y familia.

Cuando esta serie de roles y expectativas de género no se cumplen, como es en la gran mayoría de los casos, los Rarámuri se refugian en una serie de escapismos fáciles que se permiten a sí mismos, justificándose en su condición de ser hombres, como los siguientes: una fuerte incidencia de alcoholismo, ausentismo laboral, alta migración temporal hacia las ciudades cercanas olvidando sus responsabilidades familiares, violencia doméstica e intercomunitaria como expresión de su hombría, falta de visión al futuro, no importándoles las siguientes generaciones, lo que se traduce además en una errónea utilización del medio ambiente.

Paradójicamente los escapismos también se dan cuando estos roles y expectativas de género se cumplen entre los individuos, que al llegar a la adolescencia la interrumpen súbitamente, principalmente por intimar con alguna mujer para demostrar que "ya son hombres" y son capaces de procrear, que son merecedores del término "hombre" y no "niño". Cuando asumen esta situación, emprenden la búsqueda de satisfactores de las necesidades básicas que significan el tener ahora la responsabilidad de una familia, pero cuando todavía no existía conciencia de lo que ello significaba y menos aún cuando las oportunidades laborales para adolescentes son sumamente escasas al no estar calificados, lo cual entonces los enfrenta a la realidad y buscan una salida.

Esta serie de escapismos e irresponsabilidades impiden que, en general, los Rarámuri mejoren sus condiciones de vida, aunándole a lo anterior que la discriminación que ejercen hacia las mujeres impide además que éstas se desenvuelvan, lo que afecta también el desarrollo de sus comunidades. Por ejemplo, una investigación reciente realizada por Laura Frade, de Alcadeco, encontró que el 61% de las mujeres son analfabetas en comparación con el 26% de los hombres, ya que las niñas no son enviadas a la escuela por considerar que es indispensable su presencia en la realización de las labores domésticas; esto contribuye a una mayor morbimortalidad infantil en los y las hijas de las mujeres que no fueron a la escuela y son monolingües. De cada 10 a 14 hijos/hijas que nacen vivos/as de cada mujer, 7 u 8 mueren antes de cumplir los 5 años; aun cuando el padre tenga una buena escolaridad, sea primaria o secundaria, ésta no influye para nada en la disminución de estos porcentajes, dada la división genérica del trabajo.

Sumado a todo esto se encuentra toda una serie de actividades realizadas por las instituciones privadas y públicas, que al no llevar a cabo investigaciones serias o proyectos de desarrollo integrales, contribuyen a agudizar la problemática anteriormente mencionada. Por ejemplo, cuando el programa de PROCAMPO hace entrega de un monto de $550.00 pesos en efectivo, por hectárea cultivable, a cada ejidatario indígena, una gran mayoría de ellos se dirige a los poblados en donde gastan los recursos en la compra de licor, ropa o sombreros para ellos, sin consultarlo con las mujeres y justificándose en que el dinero es suyo y pueden hacer lo que quieren con él, cuando se supone que lo tendrían que invertir en insumos directos para beneficio de la agricultura y que inclusive parte de las hectáreas que éste inscribió en el programa pertenecen, según la costumbre Rarámuri, a la mujer. Lo anterior se repite año con año gracias a la complicidad silenciosa de las instituciones promoventes.


Juan Carlos Pérez Castro Vázquez
Alternativas de Capacitación y Desarrollo Comunitario (ALCADECO, A.C.)
Calle Chapultepec 257-B
Creel, Chihuahua
33200, México
Teléfono y Fax: (52-145) 60078

 


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