VIOLENCIA PATERNA ECOS DE DOLOR DESDE PRISIÓN

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VIOLENCIA PATERNA ECOS DE DOLOR DESDE PRISIÓN

Laura E. Asturias

Diario Siglo Veintiuno, 25-IV-98


En su artículo "Examinando en hombres jóvenes las heridas de la relación padre-hijo: Resultados de un estudio en prisión", el psicólogo estadounidense Mark S. Kiselica reporta sus hallazgos de dos años de trabajo clínico con muchachos encarcelados en el estado de Nueva Jersey (EUA). La mayoría --entre los 18 y 24 años de edad y de origen afro- e hispanoamericano-- tenía una historia de crímenes violentos, incluyendo amenazas terroristas, asalto, robo, violación y asesinato. Durante los primeros meses de trabajo, a Kiselica le impresionaron la gratitud y el afecto profundos en estos jóvenes hacia su madre, por lo que decidió examinar las posibles variaciones en la relación con el padre.

Dos patrones fueron evidentes en los datos recolectados. En primer lugar, la mayoría de los 517 prisioneros entrevistados (74 por ciento) dijo tener una relación conflictiva con su padre, derivada de descuido o abandono infantil, conducta paterna abusiva y violencia del padre contra su esposa o compañera. A la vez, el 85 por ciento reportó una relación positiva con su madre. El lamento más común entre ellos fue la sensación de abandono paterno. La mayoría (55 por ciento) tenía muy vagos recuerdos del padre en su infancia y reportó que éste había estado ausente de su vida durante largos períodos en su niñez y su desarrollo en la adolescencia. Relataron con profunda emoción la sensación de pérdida que experimentaron por la inconstante presencia del padre, a quien describían como alguien que "pasaba por la casa" o desaparecía durante años, sin mostrar interés alguno en su hijo. Muchos se sentían ofendidos cuando éste aparecía de la nada. Y en los casos en que el padre pretendió iniciar una relación con el pequeño, los jóvenes expresaron indignación, así como el sentimiento de que su padre lo era "sólo de nombre" y que no tenía derecho a exigir nada después de tantos años de descuido, de tanto tiempo perdido.

Una clara fuente de resentimiento en estos jóvenes fue la incapacidad del padre de constituirse en una fuerza orientadora en su vida. Crecieron añorando todo aquello que se supone que un "verdadero padre" haría con y para su hijo, como llevarlo a pescar o jugar pelota con él, estar presente en la celebración de su cumpleaños y, más importante aún, ayudarlo a "descifrar la vida". Para ellos, estas actividades eran vehículos apropiados que habrían posibilitado la construcción de una relación de confianza con su padre, que les permitiera procesar sus experiencias del mundo y beneficiarse de la sabiduría paterna. Así, muchos se preguntaban si habrían evitado una trayectoria criminal si su padre hubiese sido una presencia positiva más constante en sus vidas.

El tema resulta fascinante para quienes intentamos comprender el origen de la necesidad social de separar a un hombre de la comunidad por sus acciones criminales contra niñas, niños, mujeres y otros hombres, que podrían derivarse de una ira irresuelta hacia el padre ausente. Y lo es no sólo por la obvia ausencia paterna en la existencia de tantos niños, sino fundamentalmente por la negativa presencia de muchos en esas vidas. Conocer más de lo que se sabe en otros medios, tan parecidos al nuestro, puede ayudarnos a apreciar mejor la importancia de un cambio estructural en el tejido de nuestra sociedad.

De los 517 hombres jóvenes encarcelados en el estado de Nueva Jersey, con quienes trabajó el psicólogo estadounidense Mark S. Kiselica durante dos años, el 19 por ciento reportó diversas formas de violencia del padre, quien en el hogar de infancia utilizaba la intimidación y la coerción emocional y física como formas de control. Tanto los niños como un elevado número de madres sufrieron, de parte del padre, abuso considerable que incluía empujones, bofetadas, puñetazos, patadas, sacarles a la calle y golpes con una variedad de instrumentos. Algunos de los muchachos presenciaron el asesinato de su propia madre. Muchos reportaron intentos fallidos por resguardarla contra el padre y admitieron que frecuentemente pelearon físicamente con éste para protegerla. También común era que los hijos vieran a su padre explotar a su madre económica y emocionalmente, gastando fuertes sumas de dinero en aventuras extramaritales y descuidando las necesidades financieras de su familia. Muchos de estos hijos, habiendo crecido en circunstancias tan violentas y coercitivas, dijeron creer que estaban destinados a convertirse en criminales, ya fuera repitiendo el abuso paterno o "escondiéndose" en las calles para evitarlo.

Entre los jóvenes que reportaron una relación positiva con su padre (26 por ciento de la muestra), el 75 por ciento tuvo un padre que vivió con ellos durante toda su infancia, brindó a su familia apoyo emocional y económico a largo plazo y mantuvo una relación permanente con su madre, estuviera o no casado con ella. Y aun cuando el padre no vivía en el hogar, dejó una impresión positiva perdurable en el joven varón, a través de una relación que incluía conversaciones, salidas a pescar, juegos, visitas a parientes y trabajar juntos en un empleo secundario que el adulto hubiera tomado para ayudar a mantener a la familia. Estos hijos expresaban afecto por su padre, agradecían sus esfuerzos por ayudarles y orientarles durante los años formativos y, a la vez, lamentaban haberlo defraudado al involucrarse en actividades antisociales.

En contraste con el 74 por ciento de jóvenes que tuvieron una relación conflictiva con su padre, el 85 por ciento reportó una relación positiva con su madre, mientras sólo el 15 por ciento dijo que su madre era disfuncional.

Surge entonces la pregunta: Habiendo tenido la vasta mayoría de estos jóvenes, tal como lo reportaron, una madre "heroica", "presente" y "sustentadora" que jugó un papel decisivo en sus vidas, ¿por qué se lanzaron ellos al crimen? La respuesta se encuentra en una de las conclusiones de Kiselica: tanto la ausencia de un padre emocionalmente sustentador como la influencia de un padre violento son factores claves en la formación de un hijo varón. La presencia de un padre dedicado habría reducido la probabilidad de una vida criminal en estos jóvenes.

Si supuestamente son dos las personas encargadas de formar a un niño, no bastará con una "buena madre" para criar un "hijo recto", a pesar de los esfuerzos de ella por compensar la ausencia paterna. Y éstos son motivos de reflexión y desafío para sociedades, como la nuestra, donde los modelos de paternidad deficiente y violenta superan en mucho la presencia paterna positiva, y que carecen de educación adecuada para transformarlos.


Laura E. Asturias
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